Es una pregunta que nos surge inevitable ante la realidad de los Paros Docentes y otros tipos de paros, pero fundamentalmente los primeros. La realidad impone que debamos opinar sobre la situación actual y, sin desconocer en absoluto la justicia de las reivindicaciones perseguidas en este caso por los docentes universitarios, creo que ya debe tomarse el tema con otras perspectivas y atender también al derecho que les asiste a padres, y alumnos que se encuentran en la etapa de cursar carreras, con materias regularizadas y sin tener la opción de rendir sus exámenes finales.
Veamos una experiencia personal de alguien que no pudo finalizar sus estudios por múltiples causas, no siempre justificadas.
Quien ocupa nuestro ejemplo estudiaba medicina en la Universidad Nacional de Buenos Aires hace ya bastante tiempo, con diferentes circunstancias (lo cual vale para todo tipo de evaluación: el hombre debe ser juzgado acorde a las circunstancias que lo rodearon en el momento de tomar determinadas decisiones). Ese tiempo fue muy difícil para algunos estudiantes universitarios: Una huelga no docente sin precedentes paralizó la universidad pública. Sumado a ello eran tiempos donde el Servicio Militar era obligatorio por ley y quienes no tenían la suerte de salvarse por salir sorteado con un número bajo (de la lotería), o tener algún tipo de impedimento; se encontraba con la situación de otro año de pérdida si su destino militar estaba lejos de los ámbitos de las Casas de Altos Estudios, cosa que ocurría con los estudiantes del interior de país. Como si esto fuese poco, el que le tocaba “Marina”, tenía dos años hipotecados.
(Dejemos de lado, esta vez, las diferentes etapas políticas adversas al estudiante)
Seguramente había también otros paros y reivindicaciones que aumentaban o dilataban los tiempos lógicos de finalizar una carrera con lo que ello implicaba para el estudiante y para los esforzados padres, muchos de los cuales hacían esfuerzos, casi más allá de sus posibilidades, para mantener a sus hijos estudiando fuera de su provincia.
Muchos sortearon con suerte estas dificultades y siguieron con sus carreras pudiendo lograr sus títulos correspondientes. Otros no. Pero también por aquellas épocas se hablaba y fácil debe ser comprobarlo, que varios de los títulos no se lograban a fuerza de estudio y sacrificios, sino de buenos contactos y aceitados engranajes entre personajes influyentes, administrativos corruptos, y vista gorda de muchos. La política (políticos), absténganse de arrojar la primera piedra.
El caso que nos ocupa de ejemplo tiene un desenlace si bien no trágico en el sentido que le damos a este término, lo tuvo al convertir a una persona que podría haber sido un digno profesional, en una persona indignada consigo misma (no hay casi justificativo alguno para dejar una carrera), frustrada, imposibilitada de competir en una sociedad donde el título, sea este bien adquirido o no, sea que representa la idoneidad o no del individuo, sea que lo obtuvo con sacrificios indecibles del propio estudiante y de sus familiares, o con algunas trampas comunes en nuestra querida Argentina. Pero el título, es una herramienta indispensable para desenvolverse dentro de los parámetros de la sociedad actual.
Desconocer que pasar por los claustros universitarios es o debiera ser un salto cualitativo de la persona, es absurdo.
Conozco más que nadie a esa persona que no terminó su carrera y puedo asegurarles que no hay posibilidad alguna de que se amigue con su espíritu, que pueda mirarse al espejo con tranquilidad, que no sufra eterno remordimiento para con sus padres por el esfuerzo de ellos, no coronados por él con ese diploma de “mi hijo, el doctor”.
Entonces volvamos a nuestra pregunta inicial: ¿Hay derecho? ¿Es justo?
¿Qué cosa?
¿Es justo que por las reivindicaciones más merecidas, permitamos con nuestras acciones o inacciones que jóvenes estudiantes no puedan finalizar sus carreras cuando no es de ellos la causa de las postergaciones de sus docentes sino de los mismos de siempre?
¿Si no les tomamos exámenes para castigar a un tercero, es justo que el castigo lo reciban los educandos?
Qué duda cabe, pues, que muchos de ellos, tal vez muchísimos sean hijos de docentes universitarios o por lo menos de universitarios y, seguramente sus padres, tendrán las mismas privaciones que aquejan a los docentes reclamantes. Pero los tiempos de todos no son eternos, son finitos. Dejemos la eternidad para el campo de la Fe. La vida diaria nos impone actuar acorde a otros parámetros que sí están en las manos nuestras, es lo que se supondría.
La pregunta sigue latiendo, ominosa, casi brutal por los intereses que se ven enfrentados: ¿es justo que tales reivindicaciones causen tanto daño a terceros, a quienes podemos convertir ya no sólo en resentidos, sino en inservibles para esta sociedad del todo descartable?
Yo ya tengo mi respuesta, ¿Ustedes?
Alberto Lindor Ocampo
alocoral@hotmail.com
Catamarca, Noviembre de 2007